html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="en" lang="en"> No Logo: El Sistema Político Internacional

19 agosto 2006

El Sistema Político Internacional



El sistema Político Internacional globalizado de la actualidad dista de entregar luces claras acerca de los elementos que lo definen y definirán en el futuro próximo. No obstante, si hubiera que situarlo dentro de una línea histórico-temporal, podríamos sugerir que éste se encuentra en una etapa de transición, entre una situación que podemos definir como de anarquía regulada – tras la aparición de la Organización de las Naciones Unidas y sus organismos subsidiarios y regionales-, y una de mayor estabilidad y certidumbre basada en la interacción e interdependencia de los actores que se desenvuelven en él, una sociedad internacional, con una estructura a la cual le repercuten, incluso, ciertos fenómenos de carácter eminentemente domésticos (o que en épocas anteriores así hubieran sido definidos) que ocurren dentro de sus unidades.
Son varias las tendencias que se confrontan y se contradicen en esta etapa de transformación. Ellas son, a nuestro entender, las que impiden determinar qué rumbo o condición asumirá el Sistema Político Internacional.
La confrontación y contradicción aparece en todos los niveles del sistema. El Estado-Nación, predominante actor de éste, está sometido en este mundo de la post-guerra fría a dos grandes fuerzas que actúan sobre él: en un sentido está el proceso de globalización, aldeización para algunos; y las tensiones de los grupos subnacionales que piden más representación y autonomía, en otro. En el ámbito estructural del Sistema Político Internacional también aparecen fenómenos divergentes. Así tenemos que, por ejemplo, mientras aumenta el espacio y el acervo de la codificación de sofisticadas normas en el Derecho Internacional Privado y Público (algunas eficazmente respetadas y sancionadas en caso de ser violadas), dentro del mismo sistema persiste y se refuerza la capacidad de los principales actores estratégicos de imponer de facto las condiciones que más le favorecen a sus intereses, pero adicionalmente pierden capacidad de controlar su sistema económico y financiero, hoy en manos de grupos transnacionales. En otra amalgama conviven tasas de crecimiento económico a nivel mundial relativamente sostenidas (aunque pequeñas) con un preocupante ensanchamiento de la brecha Norte-Sur (entre países desarrollados y en vías de desarrollo), con novedosas facetas vinculadas al acceso de las nuevas tecnologías, fundamentales para dar el salto hacia desarrollo. Adicionalmente, las enormes desigualdades económico-sociales que se dan al interior de un gran número de Estados –una brecha norte-sur a nivel de las subunidades-, convierten a éstos en altamente vulnerables a los sucesos surgidos desde el Sistema Político Internacional, tornando impredecible el diagnóstico relativo a su gobernabilidad.
En conclusión la globalización, que se ha hecho irresistible en ciertas áreas como el de las comunicaciones y la información, hace que los fenómenos internacionales se salten las tradicionales fronteras estatales. Los agentes económicos y sociales, ya no relacionados con el aparataje estatal, operan a escala global y siembran universalmente tanto sus efectos positivos y negativos, sin pedir el permiso de los gobiernos de los Estados.
Estos y otros fenómenos contradictorios, propios de una transición dentro de un entorno de globalización, aparecen en nuestro contexto regional latinoamericano creando un escenario de incertidumbre. Los principales temas que le afectan tendrán que ver en gran medida con la postura que adoptará el actor más gravitante de este escenario, los Estados Unidos de Norteamérica. La evidencia indica que ha reducido su interés estratégico en la región frente a otras situaciones que le requieren mayor preocupación inmediata (terrorismo, reconstrucción democrática en Irak, matriz energética estable, entre otros). Es predecible que seguirá exhortando a que los diferentes Estados adopten un como modelo político-económico la democracia liberal combinada con un modelo de apertura extensiva de mercados. Eso sí, ya no es concebible, como en épocas anteriores, una estrategia de intervención tan directa en los asuntos internos de la gran mayoría los otros Estados latinoamericanos: su propia ausencia ha permitido que entre estos últimos la lógica del subsidio y de ayuda monetaria hacia la gran potencia haya desaparecido y termine transformándose en abierto antiamericanismo electoralmente exitoso con demandas de relaciones más horizontales. Aunque producto de lo anterior su margen de maniobra se ve limitado, es de esperar que su agenda hacia la zona se mantendrá e intensificará, en algunos nuevos temas, como por ejemplo, el control de las migraciones, el narcotráfico y la jurisdicción de los tribunales internacionales para juzgar a sus funcionarios en servicio en los países de la región.
La potencial pérdida de influencia norteamericana no implica necesariamente un vacío de poder. A la ya evidente formación de un bloque alternativo –básicamente compuesto por algunos Estados sudamericanos-, asoma también el rol que asumirá la comunidad de Estados del Asia Pacífico en la región, en especial de China e India. La lógica de las teorías funcionalistas indican que tras la creación de redes de intercambio comerciales, la posibilidad de integración en otros ámbitos es fuerte. Y mientras los primeros pasos ya han sido dados por los tigres asiáticos, cabe estimar que potencialmente la interacción política entre ambas esferas crezca.
A nivel vecinal la situación está dominada, como a niveles superiores, por confrontaciones y claroscuros. Mientras las perspectivas de crecimiento económico para el cono sur y la zona andina son alentadores, la histórica falta de voluntad (e incapacidad por momentos) para elaborar una estructura adecuada que aseguren gobernabilidad y crecimiento persisten. Si bien mucha de las razones están en la mantención de relaciones absolutamente asimétricas con el Norte –proveedor y controlador de los recursos de capital; junto con la capacidad de imponer términos del intercambio lo más favorable posible a sus intereses-, es fácil detectar actitudes no interesadas en mejorar el ambiente vecinal más allá de cierto punto que implique una potencial sujeción a condiciones de interdependencia.

La principal preocupación de Chile, inserto en este Sistema Político Internacional plagado de confrontaciones, debiera ser el garantizar una estabilidad acorde a sus intereses a largo plazo de su política exterior. Básicamente, sus requisitos primordiales estarían en dar certeza a los flujos comerciales y de expansión del capital que entran y/o salen de nuestro territorio. Esta necesidad aparece tan vital para mantener y acrecentar nuestra posición dentro del sistema internacional, que suena coherente y lógico que, por ejemplo, el país intervenga en cierto tipo de operaciones alejadas de nuestras fronteras geográficas que afectan la paz y seguridad regionales. Al mismo nivel, los desafíos relacionados con reducir la desigualdad interna y con la capacidad de invertir más eficazmente en tecnología aparecen como requisitos domésticos necesarios para obtener beneficios en la interacción con el sistema internacional. Nuestra condición de país enfocado a las exportaciones y el comercio internacional así lo exige.
La estrategia chilena de nuestra política exterior debiera ser una mezcla de posturas tradicionales y novedosas. Entre ellas, cabe mencionar el seguir fomentando -y profundizando la multilateralidad- y el respeto irrestricto a los Tratados Internacionales (y con ello el respeto a las normas que en general apuntan hacia una más grande sociedad internacional); la búsqueda de nuevos mercados y alianzas estratégicas que acrecienten nuestras actuales tasas de intercambio de bienes, servicios y capitales con más destinos y, a su vez, faciliten el acceso a las nuevas herramientas de desarrollo. Relacionado con lo anterior, asoma como urgente y fundamental el formular una matriz energética capaz de soportar esta estrategia.
Nuestra alejada posición de los centros geoestratégicos no ha significado en lo absoluto un aislamiento de Chile con respecto a la política mundial. Ello nos obligará a asumir una postura clara frente a los nuevos temas, especialmente en aquellos que su incidencia nos afecta directamente como puede ser el marco medioambiental, el grado de reconocimiento y autonomía de los pueblos originarios, la inmigración, el rol de la territorialidad, entre otros. Los líderes políticos deben entregar las instancias en los cuales puedan discutirse estos temas.