La Primera Ley de la "Petropolítica"
Dejo con ustedes un más que interesante artículo de Thomas Friedman, publicado en la revista norteamericana Foreign Policy de Mayo/Junio 2006. El autor presenta los resultados de su relación entre los precios internacionales del petróleo, la garantía de libertades políticas en los Estados ricos en este hidrocarburo y la inestabilidad del Sistema Político Internacional .Cuando oí al presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, declarar que el Holocausto era un mito, no pude evitar pensar: "Me pregunto si estaría hablando de esta manera si el petróleo estuviera a 20 dólares el barril (15,5 euros) en lugar de 60". Cuando escuché al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, mandar al primer ministro británico, Tony Blair, "derecho al infierno" y decir a sus defensores que el Acuerdo del Área de Libre Comercio de las Américas, que promueve Estados Unidos, podía "irse al infierno" también, no pude evitar pensar: "Me pregunto si estaría diciendo estas cosas si el crudo estuviera a 20 dólares en lugar de 60, y si su país tuviera que funcionar impulsando la creación de empresas y no sólo perforando pozos".
Siguiendo los acontecimientos en el golfo Pérsico en los últimos años, me di cuenta de que el primer país árabe de la región que celebró elecciones libres y justas en las cuales las mujeres podían presentarse como candidatas y votar, y el primero en llevar a cabo una reestructuración a fondo de su legislación laboral para facilitar la contratación de sus habitantes y hacerlos menos dependientes del trabajo importado fue Bahrein. Y resulta que Bahrein es también el primero donde se agotarán las reservas de petróleo. Además fue el primero en firmar un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. Y no pude evitar preguntarme: "¿Puede todo esto ser sólo una coincidencia?" Al final, cuando examiné todo el mundo árabe y vi cómo los activistas de la democracia popular en Líbano expulsaban a las tropas sirias, no pude evitar decirme a mí mismo: "¿Es una mera casualidad que la primera y única democracia real del mundo árabe no tenga una sola gota de petróleo?".
Cuanto más ponderaba estas preguntas, más obvio me parecía que tiene que haber una correlación –una correspondencia literal que podría medirse y plasmarse en un gráfico– entre el precio del petróleo y el ritmo, alcance y sostenibilidad de las libertades políticas y de las reformas económicas en determinados países. Hace algunos meses, me dirigí al director de la edición estadounidense de FP, Moisés Naím, y le pregunté si podíamos hacer justo eso: intentar cuantificar esta intuición de forma visual. A lo largo de uno de los ejes se pondría el precio medio global del crudo y en el otro, el ritmo de expansión o contracción de las libertades, tanto económicas como políticas, de la mejor forma en que organizaciones de investigación y análisis como Freedom House pudieran medirlas. Examinaríamos las elecciones libres y justas celebradas, los periódicos lanzados o cerrados, los arrestos arbitrarios, los reformistas elegidos para el Parlamento, los proyectos de cambio económico, las empresas privatizadas y nacionalizadas…
Soy el primero en reconocer que esto no es un experimento científico de laboratorio, porque el auge y caída de la libertad económica y política en una sociedad nunca puede ser del todo cuantificable. Pero, dado que no estoy buscando que me den un puesto de trabajo en ningún sitio, sino más bien intentando confirmar una corazonada, merece la pena intentar demostrar esta correlación entre el precio del petróleo y el ritmo de la libertad, incluso con sus imperfecciones. Puesto que el creciente precio del crudo va a ser un factor de primer orden que defina las relaciones internacionales en el futuro cercano, hay que intentar comprender sus conexiones con la política global. Y los gráficos aquí expuestos sugieren que existe una fuerte conexión entre el precio del petróleo y el ritmo de la libertad; tanto que quisiera iniciar este debate ofreciendo la primera ley de la petropolítica.
LA 'ENFERMEDAD HOLANDESA'
La primera ley de la petropolítica postula lo siguiente: el precio del crudo y el ritmo de la libertad siempre se mueven en direcciones opuestas en Estados petroleros ricos en crudo. Cuanto más alto sea su precio medio global, más se erosionan la libertad de expresión, la de prensa, las elecciones libres y justas, la independencia del poder judicial y de los partidos políticos y el imperio de la ley. Y estas tendencias negativas se refuerzan por el hecho de que cuanto más sube el precio, menos sensibles son los gobernantes con petróleo a lo que el mundo piensa o dice de ellos. Y, al contrario, cuanto más bajo sea el precio del crudo, más obligados se ven esos países a avanzar hacia un sistema político y una sociedad más transparentes, más sensibles a las voces de la oposición y más centrados en crear las estructuras legales y educativas que maximizarán la capacidad de su pueblo de competir, crear nuevas empresas y atraer inversiones del extranjero. Cuanto más cae el precio del oro negro, más sensibles son los líderes productores de petróleo a lo que las fuerzas externas piensan de ellos.
Yo definiría los países petroleros como aquellos que dependen de la producción de crudo para el grueso de sus exportaciones o de su producto interior bruto (PIB) y que, al mismo tiempo, poseen instituciones estatales débiles o gobiernos autoritarios. A la cabeza de esa lista estarían Azerbaiyán, Angola, Chad, Egipto, Guinea Ecuatorial, Irán, Kazajistán, Nigeria, Rusia, Arabia Saudí, Sudán, Uzbekistán y Venezuela. Los que tienen mucha cantidad de este hidrocarburo pero que eran Estados bien asentados con instituciones democráticas sólidas y economías diversificadas antes de descubrir su oro negro –Reino Unido, Noruega y EE UU, por ejemplo– no estarían sujetos a esta ley.
Desde hace tiempo, los economistas han resaltado las negativas consecuencias tanto económicas como políticas que la abundancia de recursos naturales puede tener para un país. Este fenómeno ha sido bautizado como la enfermedad holandesa o la maldición de los recursos. El primer nombre se refiere al proceso de desindustrialización que puede resultar de la obtención de unos repentinos ingresos procedentes de la explotación de recursos naturales. El término se acuñó en los Países Bajos en los 60, después de que allí se descubrieran unos enormes depósitos de gas natural. Lo que ocurre en los países que la padecen es que aumenta el valor de sus monedas, gracias al repentino flujo de capital procedente del petróleo, el oro, el gas, los diamantes o algún otro recurso natural. Esto hace que sus exportaciones de productos se vuelvan poco competitivas y sus importaciones, muy baratas. Los ciudadanos empiezan a importar como locos, la industria nacional desaparece y se produce la desindustrialización con rapidez. La maldición de los recursos puede referirse al mismo fenómeno económico, así como, en sentido más amplio, a la forma en que la dependencia de los recursos naturales siempre sesga la política y las prioridades de inversiones y educación de un país, de modo que todo gira en torno a quién controla el grifo del oro negro y quién obtiene cuánto de ello, y no en cómo competir, innovar y producir productos reales para mercados reales.
Al margen de estas teorías generales, algunos politólogos han explorado cómo la abundancia de riqueza petrolera en particular puede revertir o erosionar las tendencias democratizadoras. Uno de los análisis más agudos que he leído es el trabajo del politólogo Michael Ross, de la Universidad de California (UCLA, Los Ángeles, EE UU). Empleando un análisis estadístico de 113 países entre 1971 y 1997, concluyó que "la dependencia [de un Estado] de las exportaciones de petróleo o de minerales tienden a hacerlo menos democrático; que otros tipos de exportaciones primarias no causan este efecto; que no se limita a la península Arábiga, Oriente Medio o al África subsahariana, y que no se circunscribe a países pequeños".
Lo que encuentro más útil de este análisis es su exposición de los precisos mecanismos mediante los cuales un exceso de riqueza petrolera obstaculiza la democracia. En primer lugar, argumenta Ross, está "el efecto impuestos". Los gobiernos ricos en crudo suelen utilizar sus ingresos para "aliviar las presiones sociales que de otro modo podrían suponer exigencias de mayor responsabilidad". Me gusta expresarlo de esta otra manera: el lema de la revolución americana era "no hay impuestos sin representación"; el del líder autoritario petrolero es "no hay representación sin impuestos". Los regímenes respaldados por el oro negro que no tienen que gravar a sus ciudadanos porque pueden perforar un pozo nuevo, tampoco tienen que escuchar a sus ciudadanos o representar sus intereses. El segundo mecanismo es "el efecto gasto". La riqueza petrolera conduce a mayores desembolsos en mecenazgos, lo que a su vez alivia las presiones democratizadoras. El tercero es "el efecto de formación de grupos". Cuando los ingresos del crudo proporcionan a un régimen autoritario ganancias inesperadas, éste puede utilizarlas para impedir la formación de grupos sociales independientes, los más inclinados a exigir derechos políticos. Además, argumenta el politólogo, una superabundancia de ingresos del petróleo puede crear "un efecto represión", porque permite a los gobiernos gastar en exceso en policía, seguridad interna y servicios de inteligencia, que pueden utilizarse para obstruir movimientos aperturistas. Por último, el autor ve un "efecto modernización". Una gran afluencia de riqueza petrolera puede reducir las presiones sociales para que se impulse la especialización laboral, la urbanización y la garantía de mayores niveles de educación, tendencias que normalmente acompañan a un amplio desarrollo económico y que también generan una ciudadanía que es más elocuente, más capaz de organizarse, negociar y comunicarse, y que está dotada de centros de poder económico propios.
La primera ley de la petropolítica se rige por dichos argumentos, pero intentando llevar la correlación entre petróleo y política un paso más lejos. Lo que sostengo es no sólo que una excesiva dependencia del crudo puede ser una maldición en general, sino también que pueden conectarse aumentos y descensos del precio del petróleo con incrementos y parones del ritmo de la libertad en los países petroleros. Como demuestran estos gráficos, el ritmo de la libertad empieza a ralentizarse cuando el precio del oro negro comienza a despegar.
La razón por la que merece la pena centrarse ahora en esta relación entre el precio del petróleo y la libertad es que parece que asistimos al comienzo de un aumento estructural de los precios globales del crudo. Si ése es el caso, es casi seguro que tendrá un efecto a largo plazo en el carácter de la política en muchos Estados débiles o autoritarios. Eso, a su vez, podría tener un impacto global negativo sobre el mundo posterior a la guerra fría tal y como lo conocemos.
¿UN 'EJE DEL PETRÓLEO'?
Desde los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, los precios han subido desde una horquilla de entre 20 y 40 dólares a un rango de entre 40 y 70. Parte de este movimiento tiene que ver con una sensación de inseguridad general en los mercados de petróleo globales debido a la violencia en Irak, Nigeria, Indonesia y Sudán, pero otra parte aún mayor parece ser el resultado de lo que yo llamo "el aplanamiento" del mundo y la rápida entrada en el mercado global de 3.000 millones de consumidores nuevos procedentes de China, Brasil, India y el antiguo imperio soviético, todos ellos soñando con una casa, un coche, un microondas y un frigorífico. Su creciente sed de energía es enorme. Esto ya es, y seguirá siendo, una fuente constante de presión sobre el precio del crudo. A menos que se produzca un fuerte giro ecologista en Occidente o se descubra una alternativa a los combustibles fósiles, en el futuro inmediato vamos a permanecer en este rango de entre 40 y 70 dólares, o más.
Políticamente, esto hará probable que todo un grupo de países petroleros con instituciones débiles o gobiernos abiertamente autoritarios experimenten una erosión de las libertades y un aumento de los comportamientos corruptos, autocráticos y antidemocráticos. Los dirigentes de estos Estados pueden esperar un incremento significativo de sus ingresos disponibles para crear cuerpos de seguridad, sobornar adversarios, comprar votos o apoyo público, y resistirse a acatar las normas y convenciones internacionales. No hay más que coger el periódico cualquier día de la semana para constatar esta tendencia.
Por ejemplo, un artículo de febrero de 2005 en The Wall Street Journal sobre cómo los ayatolás de Teherán –exaltados por el dinero gracias a los elevados precios del petróleo– están volviéndole la espalda a algunos inversores extranjeros en lugar de sacarles la alfombra roja. Turkcell, un operador turco de telefonía móvil, había firmado un acuerdo con Irán para construir la primera red de telefonía móvil de propiedad privada del país. Se trataba de un acuerdo atractivo. La operadora acordó pagar 300 millones de dólares (unos 230 millones de euros) por la licencia e invertir 2.250 millones, lo que habría creado 20.000 puestos de trabajo. Pero los mulás del Parlamento congelaron el contrato, alegando que podría ayudar a los extranjeros a espiar a su país. Alí Ansari, un experto en Irán de la Universidad de Saint Andrews (Escocia), señala en The Wall Street Journal que los analistas iraníes llevaban 10 años abogando por las reformas económicas. "La realidad es que la situación es peor ahora", dice. "Tienen mucho dinero gracias a los altos precios del petróleo y no necesitan reformar la economía". O bien se puede echar un vistazo a un reportaje sobre la República Islámica en el número del 11 de febrero de The Economist, que apuntaba: "El nacionalismo cae mejor en un estómago lleno y el señor Ahmadineyad es el afortunado presidente que espera recibir, a lo largo del próximo año iraní, en torno a 36.000 millones de dólares en ingresos por exportaciones de petróleo para ayudar a comprar lealtades. En su primera ley presupuestaria, que está tramitándose en el Parlamento, el Gobierno ha prometido construir 300.000 viviendas, dos tercios de ellas fuera de las grandes ciudades, y mantener las subvenciones a la energía, que ascienden a un asombroso 10% del PIB".
O considérese el drama que se desarrolla en la actualidad en Nigeria. Sus presidentes tienen un límite de mandatos: dos de cuatro años. El presidente Olesegun Obasanjo accedió al poder en 1999, después de un periodo de gobierno militar, y fue reelegido por votación popular en 2003. Cuando asumió el poder saltó a los titulares de prensa por investigar violaciones de los derechos humanos por parte de los uniformados, liberar a prisioneros políticos e incluso por hacer un intento real de erradicar la corrupción. Esto era cuando el precio del crudo estaba en torno a 25 dólares el barril. Hoy día, con el crudo a 70 dólares, Obasanjo está intentando persuadir a los legisladores para que modifiquen la Constitución de modo que le permita obtener un tercer mandato. Un líder de la oposición en la Cámara de Representantes, Wunmi Bewaji, ha alegado que "se estaban ofreciendo a los parlamentarios sobornos de un millón de dólares por voto", según se citaba en un artículo de Voice of America News del 11 de marzo. "Y esto lo ha coordinado un alto representante del Senado y un alto representante de la Cámara".
Clement Nwankwo, uno de los principales activistas de los derechos humanos de Nigeria, me dijo en marzo que desde que el precio del petróleo ha empezado a subir, "las libertades públicas [han ido] en fuerte declive: se han producido arrestos arbitrarios, se ha asesinado a adversarios políticos y las instituciones democráticas han sufrido daños". El petróleo representa el 90% de las exportaciones del país africano, añade Nwankwo, y eso explica, en parte, por qué, de repente, se ha producido un aumento de los secuestros de empleados extranjeros de petroleras en el delta del Níger, muy rico en crudo. Muchos nigerianos creen que estos trabajadores deben estar robando crudo porque lo que está llegando a la población es una parte muy pequeña de los ingresos del oro negro.
Con mucha frecuencia, en los países petroleros no sólo ocurre que toda la política gira en torno a quién controla el grifo del crudo, sino que el público adquiere una noción distorsionada de en qué consiste el desarrollo. Si son pobres y sus dirigentes son ricos, no es porque su país no haya promovido la educación, la innovación, el Estado de derecho y la creación de empresas. Es porque alguien se está llevando el dinero del petróleo. La gente empieza a pensar que, para hacerse ricos, no tienen más que pararles los pies a quienes se lo llevan, y no construir una sociedad que promueva la educación, la innovación y la creación de empresas.
Si George Bush se asomara hoy al alma del presidente ruso (Putin II, el del crudo a 70 dólares el barril)
vería que está muy negra, tan negra como el petróleo
El vínculo entre los precios del oro negro y el ritmo de la libertad es tan estrecho en algunos países que un aumento repentino del primero puede desviar del sendero de las reformas económicas y políticas hasta a los dirigentes más previsores. Considérese Bahrein, que sabe que su crudo se está agotando, y ha sido un modelo sobre cómo la caída de su precio puede impulsar las reformas. "Ahora nos va bien gracias a que el precio del petróleo está alto. Esto podría llevar a los gobernantes a ser complacientes", señaló recientemente a Gulf Daily News Jasim Husain Alí, director de la unidad de investigación económica de la Universidad de Bahrein. "Esta tendencia es muy peligrosa, ya que los ingresos del crudo no son sostenibles. La diversificación [de Bahrein] puede ser suficiente para los niveles del Golfo, pero no según los estándares internacionales".
LA GEOLOGÍA MARCA LA IDEOLOGÍA
Con el debido respeto a Ronald Reagan, no creo que él hiciera caer a la Unión Soviética. Obviamente hubo muchos factores, pero el colapso de los precios del petróleo en todo el mundo hacia finales de los 80 y comienzos de los 90 desempeñó, sin duda, un papel clave (cuando la Unión Soviética se disolvió oficialmente el día de Navidad de 1991, el precio del barril rondaba los 17 dólares). Y también ayudaron a encaminar el Gobierno poscomunista de Boris Yeltsin hacia una profundización del Estado de Derecho, una mayor apertura al mundo exterior y más sensibilidad a las estructuras legales exigidas por los inversores globales. Y luego llegó Vladímir Putin. Piénsese en la diferencia entre el presidente ruso de cuando el petróleo estaba en un rango de entre 20 y 40 dólares y el de ahora, que se sitúa entre 40 y 70. Entonces, tuvimos lo que yo llamaría "Putin I". Después de su primer encuentro con él, en 2001, el presidente Bush dijo que se había asomado al "alma" del ex director del KGB y que vio un hombre en el que podía confiar. Si el presidente de Estados Unidos se asomara hoy al alma del presidente ruso (Putin II, el de 70 dólares el barril) vería que está muy negra, tan negra como el petróleo. Observaría que el líder de Moscú ha utilizado las ganancias inesperadas del crudo para tragarse (nacionalizar) la enorme compañía petrolera rusa, Gazprom, varios periódicos y cadenas de televisión, y toda clase de empresas rusas e instituciones antaño independientes.
Cuando, a comienzos de los 90, los precios estaban en el nadir, incluso países petroleros árabes como Kuwait, Arabia Saudí y Egipto –este último, poseedor de unos sustanciales depósitos de gas– por lo menos hablaban de reformas económicas, cuando no de tímidos cambios políticos. Pero desde que comenzaron a subir, todo el proceso se ralentizó, sobre todo en el campo político. A medida que se acumule más y más riqueza de crudo en los países petroleros, esto podría empezar a distorsionar mucho todo el sistema internacional y la naturaleza misma del mundo posterior a la guerra fría. Cuando cayó el muro de Berlín, se extendió la creencia de que también se había desatado una marea imparable de mercados libres y democratización. La proliferación de elecciones libres en todo el mundo durante la década posterior convirtió aquella oleada en algo muy real. Pero en la actualidad se está encontrando con una contramarea imprevista de petroautoritarismo, que está siendo posible gracias a que el petróleo está a 70 dólares el barril. De repente, regímenes como Irán, Nigeria, Rusia y Venezuela están batiéndose en retirada de lo que parecía un imparable proceso de democratización, y autócratas elegidos en las urnas están utilizando estas repentinas ganancias para acomodarse en el poder, comprar a adversarios y defensores, y ampliar el control estatal al sector privado.
Aunque el petroautoritarismo no representa la amenaza estratégica e ideológica que el comunismo supuso para Occidente, su impacto a largo plazo podría corroer la estabilidad mundial. No es sólo que algunos de los peores regímenes tendrán dinero extra durante más tiempo que nunca para hacer las cosas más horribles, sino que países democráticos –India y Japón, por ejemplo– se verán obligados a doblegarse o a mirar hacia otro lado ante el comportamiento de Irán o Sudán, debido a su fuerte dependencia de ellos.
Quisiera destacar de nuevo que me consta que las correlaciones que estos gráficos sugieren no son perfectas y, sin duda, hay excepciones. Pero creo que ilustran una tendencia general que uno puede ver reflejada en las noticias todos los días: el creciente precio del petróleo tiene un impacto negativo sobre el ritmo de la libertad en muchos países, y cuando se suman suficientes Estados con suficientes impactos negativos, la política global empieza a envenenarse.
Aunque no podemos influir sobre el precio del crudo en ningún país concreto, sí podemos hacerlo en su valor global, alterando la cantidad y el tipo de energía que consumimos. Cuando digo "podemos", me refiero a EE UU en particular –que absorbe en torno al 25% de la energía mundial– y a los países importadores de petróleo en general. Pensar en cómo alterar nuestros patrones de consumo energético para reducir el precio del oro negro ya no es simplemente un hobby para activistas del medio ambiente; es un imperativo de la seguridad nacional. Por lo tanto, cualquier plan de EE UU que promueva la democracia y no incluya también una estrategia creíble y sostenible para encontrar alternativas al petróleo y para hacer bajar su precio es insignificante y está abocada al fracaso. Hoy día, al margen de dónde se esté en el espectro de la política exterior, hay que pensar como un geo-verde.